Ruta del Vino en Tucumán: Sabores de altura, pueblos con historia y paisajes inolvidables

El noroeste argentino guarda tesoros poco explorados, y uno de ellos se encuentra entre los Valles Calchaquíes tucumanos: la Ruta del Vino de Altura, un recorrido enológico y cultural que fusiona sabores únicos, tradición ancestral y paisajes conmovedores. 

A lo largo de las rutas 40 y 307, pequeños emprendimientos vitivinícolas y comunidades originarias invitan a sumergirse en una experiencia que va mucho más allá de una copa.

Colalao del Valle es el corazón de este circuito. Allí florecen proyectos familiares y bodegas de alta gama que aprovechan los beneficios de la altura —más de 2.000 metros sobre el nivel del mar— para producir vinos intensos y elegantes.

Las Arcas de Tolombón, por ejemplo, ofrece una visita imperdible: se puede recorrer su moderna planta, conocer la leyenda de “Las 7 vacas” que inspira sus etiquetas y disfrutar de una vista privilegiada del valle. Muy cerca, bodegas como Chico Zossi, Finca La Orilla, Altos La Ciénaga, Luna de Cuarzo y Río de Arena proponen un abanico de experiencias con fuerte sello artesanal: desde degustaciones y charlas con productores hasta almuerzos regionales y caminatas entre viñedos.

Un caso especial es el de la Bodega Comunitaria Los Amaichas, en Amaicha del Valle. Se trata de la primera bodega comunitaria de Sudamérica, gestionada por la Comunidad Originaria Amaicha del Valle. Allí, las familias campesinas llevan sus uvas y, bajo un modelo solidario, elaboran un vino que expresa la identidad de un pueblo entero. Más que un producto, es una historia embotellada.

El viaje también invita a descubrir pueblos casi secretos. El Pichao, a 8 km de Colalao, deslumbra con su quietud y sus dulces caseros elaborados con frutas de altura: membrillo, higo, manzana, durazno y cayote, entre otras. 


En
Talapazo, otro caserío de raíces diaguitas, se puede probar el vino artesanal “El Coplero”, compartir un guiso hecho en horno de barro y descansar en cabañas sencillas, rodeadas de cerros y silencio. Son lugares donde la vida sigue el ritmo de la tierra y el visitante se convierte, aunque sea por un rato, en parte de la comunidad.

El regreso hacia San Miguel de Tucumán también tiene paradas que merecen su tiempo. Tafí del Valle, con su colorido mercado artesanal, sus quesos de cabra, la estancia jesuítica La Banda y el Dique La Angostura —ideal para kayak o pesca— es una postal clásica del verano tucumano. 


En El Mollar, el Parque de los Menhires sorprende con sus piedras talladas por culturas preincaicas, y el paso por el Abra del Infiernillo, a más de 3.000 metros de altura, regala una vista majestuosa de la cordillera.

Y si la escapada es en septiembre, hay un motivo más para extender el viaje: la Fiesta Nacional de la Empanada en Famaillá, un evento popular que convoca multitudes con su aroma a tradición. Allí, cocineras de toda la provincia compiten por el título a la mejor empanada, mientras la música y el folclore completan el escenario.

Tucumán, la provincia más pequeña de Argentina, sorprende con un circuito que combina enología, identidad y naturaleza. La Ruta del Vino de Altura no solo invita a beber buen vino: propone conectarse con un territorio que se cuenta en sabores, rostros y paisajes.