Un viaje a las sierras del nuevo Tandil


(Por Poli Fritz) Buenos recuerdos me traen las sierras... Es la segunda vez que llego a esta ciudad del sudeste de la provincia de Buenos Aires. Pero los recuerdos que tengo -de una visita con amigos, diez años atrás- distan mucho del Tandil que visité hace algunos días.
Casi nada se veía como lo recordaba. En estos años creció enormemente. La veo más verde y repleta de opciones para los visitantes. Creo que eso está ligado a que se convirtió en un tradicional destino de escapadas, de feriados largos y turísticos como Semana Santa. 


Esta vez, el alojamiento corrió por cuenta de Posada El Molino, un hermoso complejo de cabañas (me impresionó la buena reputación que tienen en
TripAdvisor) sobre el camino Don Bosco, a 3.5 kilómetros del centro comercial, unos diez minutos en auto. Aquí pueden ver, para ubicarse en el mapa donde queda. 


Los paseos en esta oportunidad no incluyeron la Piedra Movediza, quiero aclarar. En la primera salida conocí las Sierras de las Ánimas, en donde se promociona una cascada cuyo volumen de agua varía según la corriente que se desprende de las vertientes de la cima. Es un paseo recomendable por el contacto con la naturaleza y por la hermosa vista panorámica que desde allí se disfruta.


Durante el paseo, de camino a las cabañas, se puede ver el Lago del Fuerte, un espejo de agua que por las tardes se transforma en un lugar perfecto para merendar al aire libre. Alrededor, un frondoso parque hace de marco ideal para este lago, que además tiene en el centro chorros de agua artificiales, y un detalle más, un submarino flotante, un yellow submarine, en honor a Los Beatles.


También fue inevitable un recorrido por la Feria de Artesanos, que está en el predio continuo, que si bien es pequeña, tiene artesanías de muy buena calidad, variada y con precios accesibles. Ese es un buen lugar para aquellos que se quieren llevarse algún souvenir.

El broche de oro, para este día encantador fue la cena que degusté en el restaurante La Rueda. Un espacio rústica, que no queda en el centro pero que tampoco está muy alejado, y se come muy rico. Tiene menú para niños y juegos infantiles. La especialidad de la casa son las carnes asadas.


El día siguiente amaneció lluvioso, pero el ánimo siguió arriba. Para los que no me conocen, sépanlo: me encanta la lluvia! Ese día, disfruté de una hermosa mañana en la cabaña. Ahh, es importante. Tiene Wi-Fi y muchos entretenimientos para esos días de lluvia.

Al mediodía fui al almorzar al restaurante del Cerro Centinela. Es un lugar hermoso donde se pueden probar deliciosos platos regionales. Ellos mismos la definen como una combinación de cocina serrana y de autor. Su estructura se levanta en un confortable rancho de adobe. Les recomiendo los manjares que mezclan los sabores agridulces.


Luego de almorzar salí a dar una caminata por el cerro recién llovido. El paseo me permitió descubrir esa gran roca que llaman Centinela, que le da nombre al cerro, que está en posición vertical y que cuenta con una altura de casi siete metros, apoyada sobre una base muy pequeña.


El cerro también tiene aerosillas, que ese día no funcionaban por la lluvia. Antes de partir compré unos riquísimos quesos, salame y dulces que de regreso a Buenos Aires me sirvieron de obsequio para mis amigos.



Al otro día, me sugirieron que visite el Parque Independencia, que s
e encuentra a mil metros del lugar donde se emplazó al Fuerte Independencia. Se accede por un camino ascendente ya que tiene una altura de 280 metros sobre el nivel del mar. Me contaron que su entrada, esa portada de granito en estilo románico renacentista, fue donada en 1923 por el centenario de la ciudad, por la colectividad italiana.

En la cima del mismo se encuentra el Castillo Morisco, otra donación -pero esta vez de los españoles. Las vistas desde este castillo de la ciudad son increíbles. Con ese paisaje, que también quedará en mis recuerdos, me despido de Tandil, con la condición de volver ni bien tenga otra oportunidad.